domingo, 18 de noviembre de 2012


Todos mentimos. Siempre. Desde ese mejor amigo que tuviste en la primaria hasta tus viejos, pasando en el medio por esa vecina que te dice lo linda que estas o esa abuela que te estira los cachetes a más no poder y se sorprende de lo mucho que creciste. También te miente tu profesora cuando te dice que podrías haberlo hecho mejor cuando te sacas una mala nota o cuando vas a comprarte ropa y la vendedora te dice que te queda bien. Todos mienten. No sólo a vos, se mienten a sí mismos. Vos. Vos también te mentís a vos misma.
De chiquita, te mentías diciendo que ibas a ser una princesa, que ibas a crecer, que te iban a rescatar, que ibas a encontrar un príncipe de preferencia rico, que ibas a viajar por el mundo, que ibas a vivir en Francia, la ciudad del amor, que ibas a tener dos hijos, primero un varón y después la mujer. Tu idea era que se cuidaran entre sí y se apoyaran, así como vos nunca habías tenido ese apoyo porque eras hija única. La mentira más grande y la fantasía más perfecta.
Durante tu adolescencia, te mentiste casi el doble o más. Ese ''Voy a estudiar'' también fue una mentira muy usada. ''Lo voy a superar'', una de tus preferidas. Tus ''Nunca más'' mientras ya estas en el abismo, apunto de repetir la misma locura. ''Soy feliz con lo que tengo'', pero andas deseando tener el cuerpo de aquella y la sonrisa de la otra. No confías en vos misma, por eso te mentís, te creas un mundo paralelo, en el que todas tus mentiras son realidades, en el que todo lo que vos queres lo tenes. Pero te terminas estrellando con algo, y te baja casi seis metros bajo tierra, y esas mentiras que antes te satisfacían y te completaban ahora no son más que dolorosas verdades, verdades que nadie quería escuchar, que vos querías ocultar.